Mª AGELES CASO
El gran nombre de democracia
Han tirado millones de euros públicos, pero ahí siguen,
con su aire de ladrones elegantes
DESDE HACE TIEMPO, cada mañana, después de
leer el periódico y escuchar algún informativo en la radio, suelo caer durante
un rato en un proceso depresivo. Imagino que a todos ustedes les sucede algo
parecido. Por muy bien que les vayan
las cosas a cada uno a título individual, es imposible no verse afectado por
todo lo que nos rodea.
Parece
que nos hayan tirado encima un cubo entero de pintura sucia y maloliente,
emborronando el fresco más o menos decente que habíamos ido haciendo entre
todos.
Entre
todos: al menos desde el siglo XVIII y el extraordinario proceso de la
Ilustración, han sido muchas las generaciones, infinitos los hombres y las
mujeres que han batallado y se han dejado la libertad y hasta la vida por
construir un mundo mejor. Una sociedad de la que habían ido desapareciendo
lentamente las masas de Jos desheredados, dando paso a un dominio de las clases
medias que fueron accediendo a la educación y al poder a través de la
democracia.
Habíamos
aprendido que la redistribución de la riqueza era fundamental para la paz
social. Que compartir con los desprotegidos era la obligación de los más afortunados.
El camino hacia delante parecía imparable. Y ahora de pronto, en unos meses,
nos desmantelan todos esos derechos conseguidos a base de tanto esfuerzo.
Derechos adquiridos, no privilegios regalados. Día a día, entre unos y otros,
nuestros gobernantes se van cargando en nombre de la crisis los logros de una
sociedad que, al fin, empezaba a ser justa Sólo empezaba: España no había
llegado ni de lejos al nivel de protección social existente en otros países de
nuestro entorno, cuando la guadaña de los recortes ha ido a decapitar
precisamente ahí.
Tratan
de convencernos de que no queda otro remedio. Pero entretanto vemos cómo los
privilegios de los más ricos y los más poderosos se mantienen intactos. Como si
la historia no hubiera sucedido. Mientras millones de españoles se van al paro
y cientos de miles de parados rozan ya la miseria, los políticos y sus colegas
financieros y banqueros siguen impolutos en su mundo perfecto. Y da igual que
malversen o dilapiden el dinero que hemos aportado entre todos y que debería
invertirse en becas, quirófanos o asilos: nunca pasa nada. Han tirado millones
de euros públicos por la ventana, han inaugurado infraestructuras absurdas,
adquirido mansiones, arruinado cajas de ahorros, viajado en coches
supersónicos, pagado cenorras, prostitutas y cocaína con nuestros impuestos.
Pero ahí siguen, con sus corbatas impecables y su aire de ladrones elegantes.
Cada
mañana, después de leer el periódico, en medio de la depresión, los maldigo.
Maldigo a los corruptos, claro, pero también a los vanidosos que han querido
dejar sus nombres escritos en piedra para la posteridad. Y a todos los decentes
que han mirado hacia otro lado haciéndose los tontos mientras sus compinches
robaban. Y ya sé, ya sé que todo esto no debe decirse, que es dar pábulo a Jos
extremismos y a los populismos. Etcétera. Etcétera. Pero entonces
¿Qué
hacemos? ¿Nos callamos mientras ellos nos conducen obedientemente, como
ovejitas silenciosas, hacia el viejo corral del antiguo régimen, las grandes
desigualdades, los señores y los siervos...? ¿Decimos amén porque esta bazofia lleva el gran nombre de
democracia ..?
No hay comentarios:
Publicar un comentario